Los fariseos, como líderes religiosos, eran extremadamente devotos y observadores de la ley, pero a menudo sus corazones estaban endurecidos por el orgullo, la hipocresía y la resistencia a las enseñanzas de Jesús.
Sus interacciones con el Maestro revelan sus intenciones de mantener su poder y prestigio, así como su renuencia a aceptar el mensaje del Reino de Dios que Jesús proclamaba.
El carácter de los fariseos, tal como se describe en los evangelios, revela una serie de rasgos que hoy asociamos con el narcisismo. Aunque el término “narcisista” no existía en la época bíblica, muchas de las características que definen a los narcisistas modernos se obsevan en la conducta de los fariseos, especialmente en su relación con Jesús y su actitud hacia los demás.
Los fariseos eran extremadamente legalistas, valorando la letra de la ley por encima del espíritu de la misma. Esta rigidez los llevó a desarrollar un sentido de autojustificación basado en la obediencia externa a las reglas, descuidando aspectos más profundos como la misericordia y la justicia (Mateo 23:23).
Jesús a menudo los denunciaba por su hipocresía, ya que presentaban una fachada de piedad mientras sus corazones estaban alejados de Dios. Por ejemplo, en Mateo 23:27, los compara con “sepulcros blanqueados”, que por fuera parecían hermosos, pero por dentro estaban llenos de huesos de muertos.
Los fariseos eran conocidos por su orgullo en su supuesta superioridad moral y espiritual. Este orgullo los llevó a despreciar a otros que no cumplían con sus estrictos estándares, lo que se ve en su trato a los publicanos y pecadores (Lucas 18:9-14).
Los fariseos se aferraban tenazmente a las tradiciones establecidas y mostraban una fuerte resistencia a las nuevas enseñanzas, como las de Jesús, que cuestionaban sus prácticas y entendimientos religiosos.
“Esta resistencia los llevó a antagonizar con Jesús y a buscar formas de desacreditarlo y eliminarlo. Las críticas de Jesús hacia ellos, precisamente, son una advertencia sobre el peligro del legalismo y la hipocresía religiosa”, explica Javier Samayoa.
Rasgos del narcisismo en los fariseos
Los fariseos tenían un sentido exagerado de su propia rectitud y moralidad. Se consideraban los más devotos y espiritualmente superiores a los demás debido a su estricta observancia de la Ley y las tradiciones (Lucas 18:9-14). Al igual que un narcisista, su sentido de valía personal dependía de su estatus y de ser vistos como perfectos en los ojos de los demás. Este tipo de autojustificación les impedía ver sus propias fallas y aceptar la corrección.
Los fariseos amaban el reconocimiento público. En Mateo 23:5-7, Jesús los critica por hacer “todas sus obras para ser vistos por los hombres”, queriendo los mejores lugares en las sinagogas y ser saludados con títulos de respeto. Esta búsqueda de validación externa es un rasgo típico del narcisismo, que se caracteriza por una necesidad constante de admiración y aprobación.
Los fariseos mostraban una gran falta de compasión hacia las personas que consideraban “pecadores” o menos dignas. En su legalismo, descuidaban los aspectos más importantes de la Ley, como la misericordia y la justicia (Mateo 23:23). Un narcisista también tiende a carecer de empatía, centrándose en sí mismo y siendo incapaz de ponerse en el lugar de los demás o preocuparse genuinamente por sus necesidades.
Los fariseos trataban de mantener el control del sistema religioso y de las personas a través de la manipulación de la Ley. Manipulaban la interpretación de la Ley para su propio beneficio y poder. Además, intentaban desacreditar a Jesús con preguntas capciosas (Mateo 22:15-22) y planeaban su arresto para preservar su influencia. Esta inclinación por controlar y manipular también es característica de los narcisistas, quienes a menudo distorsionan la realidad para mantener su poder o superioridad.
Cuando Jesús los confrontaba con sus errores, los fariseos reaccionaban con hostilidad y rechazo, en lugar de aceptar la corrección (Juan 8:37-40). Esto refleja el comportamiento de un narcisista, que rara vez puede admitir sus fallas y a menudo se siente amenazado por cualquier crítica o corrección, respondiendo con ira o buscando desacreditar a quienes los desafían.
Jesús denunció repetidamente a los fariseos por su hipocresía, que es una forma de mentira, ya que aparentaban una santidad que no era real. En Juan 8:44, Jesús identifica la raíz de esta batalla espiritual cuando habla de los fariseos y les dice: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de lo suyo habla, porque es mentiroso, y padre de mentira”.
Aquí, Jesús revela que la oposición de los fariseos no es solo una cuestión de malentendidos humanos, sino que está influenciada por fuerzas espirituales malignas que buscan oponerse a la verdad de Dios.
Javier Samayoa puntualiza: “La relación entre Jesús y los fariseos, tal como se describe en los Evangelios, es un microcosmos de la batalla espiritual entre la verdad y la mentira, entre la luz y las tinieblas. Jesús vino a revelar la verdad de Dios y a liberar a las personas de las mentiras que los mantenían cautivos, mientras que los fariseos, con sus corazones endurecidos, se aferraron a sus propias interpretaciones distorsionadas, resistiendo la luz de Cristo”