La iglesia debería ser un refugio seguro, un lugar donde la gracia, la verdad y la sanidad se manifiestan. Sin embargo, la realidad es que muchas congregaciones se han convertido en entornos propicios para el abuso, especialmente cuando en ellas se infiltran individuos con rasgos narcisistas y psicopáticos. Esto no es un accidente, sino el resultado de dinámicas espirituales, psicológicas y estructurales que facilitan que el abuso prospere bajo una apariencia de piedad.
Uno de los factores clave que hacen de la iglesia un lugar ideal para el abuso es la estructura de autoridad que muchas congregaciones establecen. En muchas denominaciones y comunidades, el pastor o líder espiritual es visto como una figura casi intocable, alguien que actúa como la voz de Dios en la Tierra. Esto otorga a ciertas personas un poder desproporcionado sobre los demás y crea una cultura en la que cuestionar a la autoridad se considera un acto de rebeldía o incluso de falta de fe. Los narcisistas, atraídos por la posibilidad de tener una posición de poder, se infiltran en estas estructuras y, una vez dentro, establecen dinámicas de control y manipulación.
El abuso en la iglesia también se ve facilitado por el lenguaje espiritualizado que puede usarse para encubrir el mal. Los abusadores dentro de la iglesia saben cómo disfrazar su comportamiento con versículos bíblicos y conceptos teológicos. Un pastor narcisista, por ejemplo, puede justificar su autoritarismo diciendo que él es el “ungido del Señor” y que nadie debe tocarlo ni cuestionarlo. También puede culpar a las víctimas de abuso por su sufrimiento, sugiriendo que deben perdonar y someterse sin resistirse. Este tipo de gaslighting espiritual deja a las víctimas confundidas y desarmadas, sintiendo que incluso dudar de la autoridad del abusador es un pecado.
Otra razón por la que la iglesia es un entorno propicio para el abuso es su énfasis en la gracia y el perdón, a menudo mal interpretados. Si bien el perdón es un mandato cristiano, muchos líderes religiosos manipulan este principio para silenciar a las víctimas y encubrir a los agresores. Cuando alguien denuncia a un abusador, la respuesta común en muchas congregaciones es pedirle que perdone, que no guarde rencor y que mantenga la unidad de la iglesia. Esto crea una cultura donde las víctimas son vistas como problemáticas si insisten en buscar justicia. Mientras tanto, los abusadores encuentran protección en el discurso de la misericordia mal entendida, lo que les permite continuar con su comportamiento sin consecuencias reales.
Además, la iglesia es un lugar ideal para el abuso porque muchos de sus miembros son personas vulnerables que buscan ayuda y esperanza. Las congregaciones están llenas de personas heridas, con pasados difíciles y en busca de respuestas. Los narcisistas y abusadores ven en esta vulnerabilidad una oportunidad, pues saben que quienes buscan sanidad espiritual suelen estar más dispuestos a confiar en figuras de autoridad. Un líder narcisista se presentará como el “salvador” que tiene todas las respuestas, creando una dependencia emocional en sus seguidores. Con el tiempo, esta dependencia se transforma en control, y quienes han caído bajo su influencia pierden la capacidad de discernir el abuso que están sufriendo.
Otro aspecto que facilita el abuso en la iglesia es la cultura de la lealtad ciega. Muchas congregaciones fomentan una mentalidad en la que se espera que los miembros sean completamente fieles a su líder o a la institución, incluso cuando hay evidencia de corrupción o maltrato. Se enseña que salir de la iglesia o denunciar un abuso es “dividir el cuerpo de Cristo” o “tocar al ungido de Dios”. Esta manipulación emocional mantiene a las personas atrapadas en ambientes espiritualmente tóxicos, donde el miedo a ser vistas como traidoras supera el deseo de buscar la verdad y la justicia.
También hay un factor teológico que contribuye a la permisividad del abuso en la iglesia. Muchas doctrinas enfatizan la obediencia, la sumisión y la pasividad como virtudes cristianas, especialmente en ciertos grupos donde se espera que las mujeres y los miembros laicos sean sumisos ante la autoridad espiritual. Esta enseñanza mal aplicada prepara a las personas para aceptar el abuso sin cuestionarlo. Un pastor narcisista usará estos principios para imponer su voluntad sobre la congregación, exigiendo obediencia total y eliminando cualquier resistencia.
El abuso dentro de la iglesia no se limita a un solo tipo. Existen abusos emocionales, espirituales, psicológicos, financieros y hasta sexuales, todos encubiertos bajo un manto de religiosidad. Los pastores narcisistas suelen rodearse de personas que los apoyan incondicionalmente, ya sea por miedo, por manipulación o porque también obtienen beneficios del sistema. A estos se les conoce como “habilitadores” o “cómplices”, quienes silencian a las víctimas, minimizan las denuncias y protegen la imagen del líder abusivo a toda costa.
Este patrón de abuso en la iglesia no es nuevo. La Biblia misma advierte sobre falsos maestros y líderes corruptos que se infiltran en el pueblo de Dios para aprovecharse de él. En Mateo 7:15, Jesús advierte sobre los falsos profetas que vienen “vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces”. En Ezequiel 34, Dios condena a los pastores que se alimentan a sí mismos en lugar de cuidar del rebaño. El apóstol Pablo, en Hechos 20:29-30, advierte que después de su partida “entrarán en medio de vosotros lobos rapaces que no perdonarán al rebaño”. La presencia de abusadores dentro de la iglesia no es una sorpresa, pero lo trágico es que muchas congregaciones han ignorado estas advertencias y han permitido que los lobos gobiernen en lugar de proteger a las ovejas.
¿Qué se puede hacer ante esta realidad? En primer lugar, la iglesia debe recuperar su compromiso con la verdad y la justicia. La idea de que confrontar el abuso es “dañar el testimonio de la iglesia” es un engaño. Lo que realmente daña el testimonio de la iglesia es encubrir la maldad y permitir que los abusadores sigan destruyendo vidas impunemente. La Biblia llama a la iglesia a defender al oprimido y denunciar la injusticia, no a proteger a los poderosos a expensas de los débiles.
También es crucial educar a los creyentes sobre el abuso y sus dinámicas. Muchos cristianos no reconocen el abuso espiritual porque han sido enseñados a aceptar cualquier tipo de sufrimiento como parte de la vida cristiana. Si la iglesia quiere ser un lugar seguro, necesita equipar a sus miembros para que aprendan a identificar las señales de manipulación, coerción y abuso de poder.
Finalmente, las víctimas deben saber que no están solas y que Dios no aprueba el abuso en su nombre. Muchos han sido heridos por líderes espirituales y han perdido la fe por la corrupción dentro de la iglesia. Sin embargo, el carácter de Dios no se refleja en los abusadores que usurpan su nombre. Jesús vino a sanar a los quebrantados de corazón, no a permitir que sean destruidos por falsos líderes. Su ira no está dirigida contra las víctimas que buscan justicia, sino contra aquellos que han convertido su casa en una cueva de ladrones.
Si la iglesia quiere ser verdaderamente el cuerpo de Cristo, debe expulsar a los lobos y restaurar su llamado de ser un refugio para los heridos, no un escondite para los abusadores.